24 febrero 2015

Rosalía de Castro


Nació Rosalía de Castro en Santiago de Compostela el 24 de febrero de 1837. En su partida de nacimiento figura como «hija de padres incógnitos», puntualizándose, sin embargo, que «va sin número por no haber pasado a la Inclusa».
Durante mucho tiempo la irregularidad de su nacimiento originó cierto desconcierto en la crítica, quizá porque se juzgaba impertinente o poco respetuoso con tal excelsa figura de las letras gallegas indagar en lo que parecían «trapos sucios» de la familia. Afortunadamente esos tiempos han pasado y hoy existen estudios rigurosos que permiten conocer perfectamente los antecedentes familiares de Rosalía.
Su madre, doña María Teresa de la Cruz de Castro y Abadía, de familia hidalga venida a menos, nació el 24 de noviembre de 1804. Doña Teresa tenía treinta y dos años y tres meses cuando nació Rosalía. Su padre, don José Martínez Viojo, nacido el 7 de febrero de 1798 acababa de cumplir treinta y nueve, y era sacerdote; no pudo, por tanto, reconocer, ni legitimar a su hija, aunque sí parece que se interesó por ella y encargó de su cuidado a sus hermanas.


Fueron las tías paternas de Rosalía, doña Teresa y doña María Josefa, quienes se hicieron cargo de la chiquilla en los primeros tiempos, llevándola a vivir con ellas, primero en Ortoño en la casa familiar llamada «Casa do Castro», y después en Padrón.
Un detalle que queda sin aclarar es la personalidad de la madrina de Rosalía, la mujer que la llevó a bautizar y que, según la partida de nacimiento, se llamaba Francisca Martínez y era «natural de San Juan del Campo». Según los datos de Caamaño Bournacell, no era hermana del padre (pese a la similitud de su primer apellido, por otra parte muy corriente). ¿Podría ser alguien enviado por doña Teresa de Castro? No se sabe.
Parece, a la luz de los hechos conocidos, que la madre no se atrevió a afrontar sola el nacimiento de su hija en los primeros momentos, ya que en la partida de bautismo Rosalía parece como hija de «padres incógnitos». Es una actitud disculpable y explicable por la presión social e incluso por la vergüenza que debió de producir aquel nacimiento «sacrílego» en la familia materna.
Aunque no sabemos con exactitud en qué momento doña Teresa se hizo cargo de su hija, se van encontrando testimonios que indican que lo hizo cuando Rosalía era aun una niña. En un registro del Ayuntamiento de Padrón del 17 de septiembre de 1842, dado a conocer por Manuel Pérez Grueiro (véase Andrés Pociña y Aurora López, Rosalía de Castro. Estudios sobre su vida y su obra, p. 24), consta que reside en aquella localidad doña Teresa de Castro, con su hija Rosalía y una criada llamada María Martínez. En ese registro se dice que el estado civil de doña Teresa es el de soltera y que tiene treinta seis años (dato erróneo, ya que, partiendo de la fecha de nacimiento del Libro de Bautizados de Iria Flavia, había nacido el 24 de noviembre de 1804; estaba, pues, a punto de cumplir treinta y ocho años). Rosalía tiene en ese momento cinco años y siete meses. ¿Fue entonces cuando su madre se la llevó a vivir con ella? Mientras no aparezcan otros documentos, se puede considerar que probablemente esa es la fecha en la que madre e hija comenzaron a vivir juntas.


Un capítulo interesante desde el punto de vista psicológico lo constituyen las relaciones de Rosalía con su madre. No sabemos si doña Teresa vio con frecuencia a su hija mientras ésta vivió con la familia paterna; quizá sí. Y el hecho de vivir con ella desde los cinco años explica el profundo cariño que llegó a inspirar a su hija. Rosalía se casa en el año 1858, interrumpiéndose la convivencia entre las dos mujeres. Doña Teresa muere repentinamente cuatro años más tarde, en 1862. Rosalía escribe entonces un tomito de poesías, A mi madre, donde da muestras de un gran dolor y sobre todo de un sentimiento de soledad que ya no la abandonará nunca. Nada pudo llenar el hueco que había dejado la madre en su vida.
Rosalía debió de sentir por su madre, además de cariño, compasión y agradecimiento. Como tantas protagonistas de sus poemas, su madre era la pobre mujer enamorada y engañada por el varón. Pero era también la mujer que, finalmente, se enfrentó a la sociedad para reconocer el fruto de su desliz y reparar así su falta. En su primera novela La hija del mar, Rosalía brinda un homenaje al valor de su madre cuando, refiriéndose a una niña expósita dice: «Hija de un momento de perdición, su madre no tuvo siquiera para santificar su yerro aquel amor con que una madre desdichada hace respetar su desgracia ante todas las miradas, desde las más púdicas hasta las más hipócritas».


No sabemos hasta qué punto estos acontecimientos de los primeros años de su vida y su nacimiento irregular influyeron en el carácter y en la obra de Rosalía. La crítica ha tendido a destacar la importancia de aquellos hechos. Rof Carballo señaló la coincidencia de ciertos rasgos de su mundo poético con la ausencia de una «imago» paterna en la formación de su personalidad.
José Luis Varela interpreta el símbolo de la negra sombra poniéndolo en estrecha relación con la «oscuridad» de sus orígenes.
Xesús Alonso Montero destaca la presión social que sufrieron la niña y la madre y cómo ese ambiente condicionó la personalidad adulta de Rosalía.
En cuanto a mí, no me cabe duda de que algunos caracteres de su visión del mundo -por ejemplo, la vinculación de amor, remordimiento, pecado- están íntimamente relacionados con su historia familiar.
Aunque la sociedad gallega tenga frente a los hijos naturales una actitud más abierta y comprensiva que otras sociedades, el hecho de ser «hija de cura» debió de inclinar la balanza negativamente del lado de las reticencias. No parece extraño que en una niña sensible e inteligente la falta de padre y su condición de fruto de amores prohibidos influyeran en su carácter y en su concepción de la vida.


¿Qué clase de instrucción recibió Rosalía? Parece que fue escasa. No sabemos si cursó estudios, aunque los biógrafos se inclinan a pensar que no, excepto algo de Dibujo y Música en las aulas de la Sociedad Económica de Amigos del País. Un índice de su escasa escolaridad son las abundantes faltas de ortografía de los autógrafos que conservamos de ella.
Un capítulo importantísimo en su vida son sus relaciones con Manuel Murguía con quien contrae matrimonio el 10 de octubre de 1858. Las opiniones de la crítica sobre la vida en común de la pareja son tan contradictorias que pueden sumir al lector en la perplejidad.
Xesús Alonso Montero afirma «siempre he creído que la decisión de casarse con este hombre es un acto propio de quien, abrumado por las circunstancias, se ve en la necesidad de aceptar la menor oportunidad».
Por el contrario, leemos en Bouza Brey: «Daman do seu home, pois, entróu Rosalía na groria, xa que foi o primeiro ademirador das suas escelsas coalidás poéticas, con sacrificio escomasí das propias, como ben señala o escritor don Xoán Naya; e nunca xamáis lle pagará Galicia a don Manuel Murguía o desvelo que puxo en dar a conocer as vibracións de aquel esquisito esprito. O nome de Murguía ten de figurar ó frente de toda obra de Rosalía polo amoroso coido que puxo no seu brilo frente á recatada actitude da súa esposa, apartada sempre dos cenáculos onde se forxan, con razón ou sin ela, as sonas literarias».
Si en su vida íntima fueron felices o desgraciados, si hubo por parte de Murguía infidelidad, ya sólo lo sabrán ellos y algunos que no han querido decirlo. A nosotros nos toca únicamente exponer los hechos que conocemos y darles nuestra propia interpretación.
Un hecho que me parece altamente significativo y que ya comenté en otro lugar es la destrucción de las cartas de Rosalía que realizó su esposo, al final de su vida. El propio Murguía nos cuenta este episodio:
Como ya se acercan los días de la muerte, he empezado por leer y romper las cartas de aquella que tanto amé en este mundo. Fui leyéndolas y renovándose en mi corazón alegrías, tristezas, esperanzas, desengaños, pero tan llenas de uno que en realidad, al hacerlas pedazos, como cosas inútiles y que a nadie importan, sentí renovarse las alegrías y dolores de otros tiempos.
Verdaderamente la vejez es un misterio, una cosa sin nombre, cuando he podido leer aquellas cartas que me hablaban de mis días pasados, sin que ni mi corazón ni mis ojos sangraran. ¿Para qué?, para que me decían. Si hemos de vernos pronto, ya hablaremos en el más alla.
Si es cierto que, gracias a su esposo, Rosalía se lanzó a la vida literaria y eso le hemos de agradecer, también lo es que nos privó, con la destrucción de las cartas, de un elemento importante para conocer su carácter y su obra. ¿Cuántos misterios de su poesía, cuántas alusiones que nos desconciertan por ignorar su verdadero significado, no se hubieran aclarado conociendo sus cartas? Murguía era consciente de la importancia de ellas, aunque insista repetidamente en que sólo interesan a ellos dos:


Pero si las leí sin que mi alma se anonadase en su pena, no fue sin que el corazón que había escrito las líneas que acababa de leer, se me presentase tal como fue, tal cual nadie es capaz de presumir.
Es, pues, la imagen de Rosalía «tal como fue, tal cual nadie es capaz de presumir» lo que Murguía destruyó para la posteridad. Cabe preguntarse por qué. Quizá porque la imagen de su vida matrimonial no era tan perfecta o ejemplar como él hubiera, a posteriori, deseado.
En las escasas cartas o fragmentos conservados, encontramos reproches unidos a confesiones de cariño, exigencias o disculpas por esas exigencias, que pueden parecer excesivas. Veamos algún ejemplo:
Mi querido Manolo: No debía escribirte hoy, pues tú me dices lo haga yo todos los días, escaseas las tuyas cuanto puedes, pues casualmente los dos días peores que he tenido, hasta me aconteció la fatalidad de no recibir carta tuya. Ya me vas acostumbrando, y como todo depende de la costumbre, ya no hace tanto efecto; sin embargo, estos días en que me encuentro enferma, como estoy más susceptible, lo siento más. Te perdono, sin embargo, aunque sé que no tendrías otro motivo para no escribirme que el de algún paseíto con Indalecio, u otra cosa parecida.
Veamos otro fragmento:
Estando lejos de ti vuelvo a recobrar fácilmente la aspereza de mi carácter que tú templas admirablemente, y eso que, a veces, me haces rabiar, como sucede cuando te da por estar fuera de casa desde que amanece hasta que te vas a la cama, lo mismo que si en tu casa te mortificasen con cilicios.
La impresión que sacamos de los escasos restos conservados es que Rosalía encontró en Murguía uno de los pocos apoyos de que disfrutó en su vida, que le consideraba como «la persona a quien más se quiere en el mundo», que muchas veces no se sentía correspondida en la misma medida, y que, entonces, o rabiaba o hacía «reflexiones harto filosóficas respecto a la realidad de los maridos y la inestabilidad de los sentimientos humanos».



Un punto de la biografía de Rosalía en el que hubo bastante confusión se refiere al número de sus hijos e, incluso, a su sexo. Tras los trabajos de Caamaño Bournacell -ya citado- y de Bouza Brey, la cuestión ha quedado aclarada. Tuvo los hijos siguientes:
Alejandra, nacida en mayo de 1859 en Santiago de Compostela, casi a los siete meses exactos del matrimonio de sus padres. Murió en 1937.
Aura, nacida en diciembre de 1868 (obsérvese el largo intervalo sin descendencia). Murió en 1942.
Gala y Ovidio, gemelos, nacidos en julio de 1871. La primera murió en 1964; Ovidio, en 1900.
Amara, nacida en julio de 1873. Murió en 1921.
Adriano Honorato Alejandro, nacido en marzo de 1875, murió en noviembre de 1876 a consecuencia de una caída.
Valentina, nacida muerta en febrero de 1877.
Murió Rosalía el 15 de julio de 1885. Recordemos sus últimos momentos a través del relato de González Besada:
(...) recibió con fervor los Santos Sacramentos, recitando en voz baja sus predilectas oraciones. Encargó a sus hijos quemasen los trabajos literarios que, reunidos y ordenados por ella misma, dejaba sin publicar, dispuso se la enterrara en el cementerio de Adina, y pidiendo un ramo de pensamientos, la flor de su predilección, no bien se lo acercó a los labios sufrió un ahogo que fue el comienzo de su agonía. Delirante, y nublada la vista, dijo a su hija Alejandra: «Abre esa ventana, que quiero ver el mar», y cerrando sus ojos para siempre, expiró...
Desde Padrón, en donde murió Rosalía, no puede verse el mar. Impresionan esas últimas palabras de una persona para quien el mar fue una perenne tentación de suicidio. Recordemos sus versos:
Co seu xordo e costante mormorio
atráime o oleaxen dese mar bravío,
cal atrái das serenas o cantar.
«Neste meu leito misterioso e frio
-dime-, ven brandamente a descansar».
El namorado está de min... ¡o deño!
i eu namorada del.
Pois saldremos co empeño,
que si el me chama sin parar, eu teño
unhas ansias mortáis de apousar nel.
Rosalía penetraba, por fin, en ese mar-muerte donde tanto había anhelado reposar.

Marina Mayoral






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